lunes, 17 de agosto de 2009

C. ( de cabezona)

Cuando era todavía una niña, me encontré con el amor de mi vida. Fue la época más feliz de todas las que pudieran existir, y juré quererlo para siempre. Quizás se me quedo grande tanta responsabilidad, tanto sentimiento, tanto amor... Puede que no estubiera preparada todavía para querer tanto tantísimo, pero lo intente.
No funciono. Con ÉL nunca funcionaba nada, y al final me abandonó, o lo abandoné, o nos abandonamos mutuamente y nos rendimos. Porque fuimos vagos, y perezosos, y sumamente estúpidos cómo para dejar que algo tan puro cómo lo nuestro muriera sólo por vagancia. Porque fue más fácil dejarlo y aceptar que no estaba bien, que alguien como ÉL no era para alguien cómo yo. Y no luchamos contra la tristeza, nos rendimos a ella, y cambiamos, y nos distanciamos, y nos olvidamos de que nos queríamos tanto cómo para cambiar todos los"alguiencomotunoesparaalguiencomoél". Y se acabó.
Y supe que tardaría mucho, muchísimo antes de que mi corazón se curara. Y nunca más podría amar así.
Y me quedé así, llena de rencor hacia el mundo y los hombres, y mis padres y ellas y todo.
Y, sin más, llegó J. a mi vida, lleno de alegría, loco perdido, regalándome amor.
Regalándomelo de una manera tan dulce, que no pude más que aceptarlo. Y me olvidé de mi corazón muerto, de las noches tristes, de la vida sin esperanza, de los matrimonios de conveniencia y de la inseminación artificial.
Y me imaginé mi vida con él, siempre. Y lo transformé en mi segundo ÉL.
Y lo quiero, ¡joder si lo quiero...!
Pero soy tan estúpida, TAN CABEZONA, que nunca se lo admitiré. Nunca le dejaré ver que... uf. ¡Tanto amor!
Porque, de cabezona que soy nunca le admitiré que no me imagino nada sin él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario